Después de una eternidad sin verte
y sin apenas conocerte
me pongo nervioso nada más verte.
Cada vez que te veo
más te deseo.
Me encantó tu voz,
me gusta tu talante
y cuanto más te digo
mejor de ti recibo.
Tu figura me atrae,
tus curvas me distraen;
tu sonrisa me deslumbra.
Me provocas
tal incertidumbre
que me regocijo
en dicha costumbre.
Temo tu rechazo,
tu negativa,
incluso tu represalia,
tanto como las convicciones ajenas,
dada la inmoral llama
que envuelve y enerva
mis presentimientos hacia ti.